lunes, 13 de octubre de 2008

La Habana

...Y que las calles se me fueran revelando, naturalmente, no de la manera que los cubanos te sugieren… sólo esas calles que la alcaldía ha venido hermoseando.

No creo que en La Habana puedas detenerte en el: -Qué poca madre –dice mi amistá cuando caminamos las calles que parecieran salidas de una postal berlinesa de la postguerra, cuando de repente llegamos a una plaza hermosa, azul, la fuente funcionando y dolorosamente vacía, porque no hay cubano que habite en sus edificios.
–Qué poca madre, Fidel.
No creo que puedas detenerte en el precio de 90 euros la noche de un hotel que alguna tarde, muchas tardes, debió haber sido paraíso de gatos que dejaron sus olores como recuerdo en las habitaciones y mojones en las alfombras de los pasillos.

La Habana es Paradiso, Severo Sarduy, Carpentier, el neo barroco. El único arte que nos explica y nos define a los latinoamericanos. A La Habana la sientes, no te la explicas. Creo que entrar en explicaciones es entrar en la perdición. Nunca sentí tantas emociones en una ciudad: ira e impotencia, dignidad y dolor, tristeza y añoranza. Esperanza porque alguna muerte… y paciencia. Si Lezama imagina el Paradiso en La Habana, sus seguidores tendrían que aceptar que el Mesías viene en camino…. Han pasado ¿50 años? Y los cubanos saben que no fue Fidel, mucho menos su hermano.

Estamos en el jardín del Nacional, detrás de nosotros el edificio de los treintas y su bar debajo de columnas de 15 metros, hay restos de murallas en estos jardines y cañones que medirán sobre dos metros de largo. Al frente el malecón y el mar zafiro. Una familia viene vestida en galas y de la mano de una cámara digital que le han enviado de Miami. Se han vestido para la ocasión, sonríen para la ocasión. El padre le pide a la hija que modele, que desea que la vean en toda su belleza. Es bella la hija. Cargan un six de cervezas que beben a tragos cortos mientras caminan el jardín entre retratos. Durará dos horas el encargo, pasan varias veces frente a nosotros. Hay tristeza, un poco de envidia por los que se fueron y una profunda dignidad: te estamos esperando, acá seguimos, estamos guardando éstas nuestras tierras.

Estamos en una de las galerías de la plaza, que azul, nos regala la majestuosidad de sus edificios. La Habana vieja tiene la belleza y elegancia que pocos centros coloniales en América Latina conservan: Lima y México incluídos; no hay edificios setenteros interrumpiendo la vista o la vertical de la calle, no hay la frialdad del decó que tanto me gusta. La Habana vieja se quedó suspendida y gracias a donantes extranjeros, poco a poco va recuperando algunos edificios históricos; pero dejar estas calles y adentrarte en esas que ningún turista camina, es entrar en algo más real, más Habana de ahora, más doloroso, los edificios de postguerra, los que se están literalmente cayendo, los que el estado no les mete un centavo sin importar cuántos habitantes tenga cada uno de ellos. Por estas calles no se escuchan los boleros ni las salsas, no hay Buenavista Social Club, eso se escucha en los bares de turistas, los paladares, en esos sitios a los que van los extranjeros creyendo encontrar algo de su pasado, un pasado limpio, ingenuo. Creyendo que eso sí es La Habana, y que creyeron comprender y capturan…. Acá hay reggaetón en las casas que tienen cd players, acá los cubanos jóvenes se visten de bermudas largas por debajo de las rodillas; dos, tres tallas más que las que deberían usar, camisetas y tenis de marca y arete brillante en uno de los oídos. No hay diferencia en la moda de estos jóvenes con un latino en Los Angeles, con un reggaetonero de Miami. Será que muchos de ellos tienen familiares fuera de La Habana, ya en el aeropuerto puedes ver la cantidad de mercancía que llega, vía México, en los aviones: cajas, paquetes, televisiones a la espera de sus nuevos dueños. Otros no tendrán esa suerte pero se las arreglan seduciendo turistas, vendiendo satisfacciones a los que desean un amor de a tres días. Nunca verás mejores piernas que en La Habana, camisolas más breves, ni hombres más atrevidos.
Estamos en una de las galerías de la plaza azul, cuadros de escuela naive en todas las paredes, esculturas de manera altas, muy altas. Tan altas que sabes que retratan una dignidad… demasiada… un sueño sin sustento o cordura. Sabes que las esculturas tendrán problema en las piernas: en cualquier momento se terminarán por romper. El naive es una caricatura, me enseñan un libro lleno de pintores de esta escuela: retratan escenas cotidianas y deidades de una santería que no ves más en las calles, un pasado que de nuevo no existe, un puesto de frutas que no ves, una fumadora de puro que seguramente estará bien escondida porque nunca vimos… lo siento, no creí en nada de esos cuadros, esperaba ver la rabia, la envidia, el dolor de esos que se tomaban las fotos, la añoranza y la angustia, el coraje… pero seguramente a esos artistas no los quiere el estado… no sé
Regreso siempre con la misma pregunta que me hice desde que llegué: ¿Si este es el país más educado de América, dónde está la educación de sus habitantes, por qué no han podido dejar esta miseria? Pero entonces recuerdo, los cubanos de mi edad, ya fueron educados por el estado, no tuvieron elección; a mí, mi país me permitió elegir, como mis padres, estaré equivocado o no, no lo sé aún, pero no importa mucho, yo decidí. En el segundo piso del Habana Libre, están retratadas personalidades del mundo artístico, intelectual y político que caminaron estos pasillos cuando este hotel llevaba la marca Hilton, una de ellas es la Doña, y recuerdo: A mí que no me den consejos porque sé equivocarme sola. Y me regreso a México con mis ideas, nadie me pidió opinión, a nadie me atreví a dársela.

Y qué tal que hubieras entrado por el zafiro del mar a La Habana, y que encontraras el brazo que esconde sus intimidades, que navegaras el brazo hasta llegar al puerto, detrás de las grúas La Habana vieja; y que las calles se fueran revelando naturalmente y no a la manera que los cubanos te dicen, y….
Pero eso no es La Habana, y a quien no le guste que le den por…