viernes, 6 de noviembre de 2009

JEFE AGUILA

Por qué no volar por los caminos de la Madre Tierra.
Mente endulzada de peyote… chiguri… abuela… mamita.
Ser canal –desde el Asombro me nombro- tiene regalos del arriba y del abajo, de la horizontal de la cruz y la vertical de todas las cruces. El abrazo del Cristo tiene la belleza de ambas dimensiones. El Cristo nos abraza a todos sus hermanos y en su dimensión vertical, entra en los confines de la Tierra y proyecta hacia arriba el Yo, Dueño de todas las consciencias.
Y algunas veces, contadas, el canal es invitado a participar en ambas dimensiones.
Qué haces hablando con Jefes Indios, consciencias del chamán y de la tierra… lo nuestro es lo sutil. Las energías del arriba. Y regañaba a mi alumno de nuevo pues en su afán de llamar al jefe guerrero…

Jalapa, macadamia y café.
Jalapa de cinco años, amigas entrañables, nuevos amigos.
De entre los nuevos, Eduardo, chamán de hartas vidas. Quedamos para una tarde, charla, en su espacio.
Por lo general, la “llegada” del Maestro es anunciada en una opresión en la cabeza, por arriba. La visión se llena de esferas de colores. Y la paz… esa paz tan así de profunda. Un consuelo que consuela a todas las vidas.
Estamos ahí, en la casa de Jalapa donde Eduardo; recién salió mi anterior paciente. Le pregunté antes de terminar si podía sentir eso que yo sentía, la “llegada”, pues. Me contesta que no, y le digo que se tratará de la siguiente cita...

Entra Eduardo y se sienta relajado frente a mí. Hago las respiraciones de siempre, hago más. Esta tarde me quieren más sereno, claro.
De plumas de águila el penacho, desde la corona hasta los pies. Los ojos negros y profundos. Un rostro parecido al cuadrado.
El Jefe Aguila hace sonar con su bastón el piso. Aparece un fuego y alrededor del fuego la ceremonia. Somos muchos los sentados en círculo. No conozco a nadie. Eduardo está sentado frente a mí, pero también es quien protege la entrada del tipi con su presencia y sonido de tambor.
De entre el fuego el maestro saca unas raíces carbonizadas por fuera. Nos las ofrece. Pruebo una.
La energía de esa raíz me lleva a otro espacio. Estoy dentro de mí y a la vez estoy muy lejos. De repente soy un ciervo. Un ciervo de cuernos largos y ojos más grandes que las almendras. Mi rostro tiene tatuadas en oro y naranja, esferas que simbolizan al Padre Sol. Me muevo nervioso, huelo hacia todas partes, me muevo ágil. De la nada, tal como llego ahí, estoy de nuevo en mi cuerpo. El maestro hace sonar de nuevo el bastón y aparecen serpientes de todos tamaños. Se pasean por entre mis pies y no siento miedo. El Maestro me señala una de ellas y me pide que entre. Le tengo miedo a esa serpiente. Que entres. Siento temor. Que entres. Empuja. Estoy dentro.
Me yergo.
Observo con… ¿desde? los ojos del reptil.
Estoy maravillado. No hay formas, hay retratos de color, temperaturas.
Me recuestan… estoy siendo una mujer que entrega el corazón a los dioses. Cuál de los asistentes al círculo retira el corazón… no es importante para este escrito. Que baste con la sustitución: cuando el corazón sangrante me es retirado, un hombre coloca en ese vacío un corazón de jade: el del canto y la vida: la alegría: un poeta: poesía.
Antes de terminar el maestro me enseña un puñado de arena; que lo tome, me dice.
Tomo el puño de arena y lo reparto en tres montoncitos que dejo caer sobre el piso: lo que soy, el pasado, lo que voy a ser.
El maestro hace sonar su bastón y toma el montoncito del medio, hace líneas con su bastón sobre él. Aparecen colores amarillos, pequeños riachuelos de una luz muy verde.
Te estoy sanado, me dice.
Sano
Y regreso al Germán que canaliza.
Me duelo por mis prejuicios. Reverencio al Jefe Aguila.
NAMASTE