domingo, 24 de julio de 2011

Cartas para una niña...

Entonces yo vivía en Lima y vinieron esos dolores en mi vientre, filosos que eran, como una navaja, como un golpe. Secos, sin eco alguno.
Que me hidratara, me dijo el médico y mandó a hacer una serie de análisis. Ya luego supe que había sido la vesícula, debían retirarla de mi cuerpo.
Yo quería que sólo sacaran las piedras en ella y que me dejaran dentro ese pedacito de carne, pero que no, dijo el médico,  eso no podría ser.
Tu tío llegó a Lima un lunes. Venía para acompañarme en la cirugía. Fui por él al aeropuerto y cenamos un ceviche en la Dalmacia… luego de ese día tu tío se convirtió en cliente famoso y distinguido, le esperaban casi todas las noches, lo saludaba la dueña, los meseros… Tu tío logra cosas grandes en muy poco tiempo.
Le puse una cama pequeña en mi habitación para que durmiéramos juntos.
Agradeció la cama. Era lo que esperaba, me dijo. Todas las noches de ese mes, durmió en la placidez del abandono en su camita, casi de niño, de niño consentido.
Cierta noche, habían pasado dos semanas de la cirugía exitosa, escuché el llamado del amor de los gatos; como pude me escabullí de la cama, silencioso y sin tropiezo para no distraer el sueño de tu tío y, salté por la ventana, y….
Mucho tiempo después conté en una comida esta escena del llamado de los gatos.
Tu tío desde la cocina me dijo… -Ya yo sabía… tenía esa visión, una mano que se hacía garra, un salto sigiloso, cuatro patas, el escape por la ventana… Pero creía que se había tratado de un sueño…
Las brujas, los brujos, querida niña, tenemos esta manera de hacer las cosas, de llamarnos.