miércoles, 18 de febrero de 2009

Apuntes para una carta....

Y decía así:
De manera, María, que todo está bien
y con esta muerte daré de comer a los olivos.

El olivar está en el distrito de San Isidro en Lima, vecino a Miraflores donde vivo.
Es un parque añoso, lleno de pasto y el seco nudoso de los olivos. Terminar ahí, a los pies de esos árboles me parecía maravilla-sueño la primera vez que lo caminé.
Pero cuando escribí esa novela estaba muriendo y yo sentía una necesidad de trascenderme... ese tipo de fantasías, símbolos y magias que aprendes o escribes en los libros de alquimia y dibujo infantiles.
Yo me vine a encontrar una cara que había imaginado y las pieles de los que por acá habitan me dijeron cómo hacerlo mientras me regalaban con sus horarios, horario de beso y hambre, de vela y niebla.
Y que abajo de mi piel estaba ese rostro que ahora miras y entiendes.

De nuevo Lima.
Me vine a morir otra vez, aunque ahora no hay María a quién escribirle. Vine a besarle el rostro a la muerte y al olivo.
Pues hay un rostro que no lo es.
Un no estar que poco sentimos, conocemos.
Yo deseo tener el rostro de un olivo