domingo, 13 de noviembre de 2011

Los Conejitos...

Mondo, rezaba el letrero rojo colocado sobre una fina puerta de cristal, grande, muy grande, de la antigua estación de tren del Pueblo de la Vida.
Los conejitos buscaban en taquillas de la estación, un letrero que dijera Bosque, pero no encontraban, caminaban entre otros animalitos que llevaban prisa por tomar su tren.
-¿Disculpe, dónde está la taquilla del Bosque? –Y nada, nadie sabía, nadie les contestaba nada. Hasta que una sirena les señaló, allá, al final de la estación, una puertita que tenía un cartel que rezaba: al Bosque.
Los conejitos iban sonrientes y platicadores esquivando animalitos hasta que pudieron llegar a aquella puerta. La abrieron. Detrás de ella había unas escaleras de ladrillo que bajaban cinco, siete, diez pisos. Los conejitos a la medida que bajaban volvían a sentir el frío y el miedo del bosque. Siguieron avanzando,  más de 20 pisos, hasta que luego de vencer al frío y al miedo, pudieron llegar a una salita que tenía al frente, 5 puertas más.
Los conejitos se miraron, no sabían qué puerta podrían abrir.
Pero al mirarse se dieron cuenta que algo había cambiado en sus ojos, ya no eran iguales, ya no tenían miedo. Y el conejito mayor descubrió que ya no necesitaba que el otro conejito le cargara sus cosas. Y le pidió que se las devolviera. –Gracias por cargar esto, le dijo a su hermano. –Gracias por mostrarme el camino, contestó el otro conejito.
Y entonces encima de las puertas empezaron a aparecer algunos letreros: Gracia. Risa. Gozo. Miedo y Espera, eran los nombres en las puertas.
Los conejitos se tomaron de la mano. Sabían que no sería la última vez que lo harían. Sabían en sus corazones que volverían a encontrarse. Se abrazaron. Y cada uno se dirigió a una puerta….

lunes, 7 de noviembre de 2011

Los Conejitos...

Esos dos conejitos traviesos de la canción, tienen una maravillosa historia que no narra la letra.
Y yo se las voy a contar.
Había una vez una casa en medio de un bosque. Había una vez un bosque lleno de árboles altos y frondosos. Y entre ellos una  casa que por ser pequeña, apenas y recibía algunos rayos de sol.
Había una vez una casita  encerrada y oscura.
Tres conejitos vivían en aquella casa. Eran unos conejitos pálidos y enfermizos por el poco sol  que tocaba sus pieles.
Los conejitos eran traviesos, pero poco, sus travesuras transcurrían cercanas a casa, siempre dentro de aquel bosque conocido, hasta que decidieron ir más lejos, tal como la canción cuenta.
Y lo que vieron fue maravilloso: más allá del bosque, había un valle de colores. Había colores amarillos y morados, rojos y verdes que en el bosque no se conocían, el horizonte era color lavanda y dorado, del color oro que la tarde.
¡Había sol!
Y al sol, en el valle, nada podía taparlo.
Y cuando sucedió la noche, los conejitos conocieron la luna y el sonido de cucu del búho nocturno. Estaban maravillados. Nunca habían pensado que hubiera un mundo diferente al frío bosque.
Y prometieron los tres, salir del bosque, y regresar a aquel valle al día siguiente, y así lo hicieron y lo siguieron haciendo días tras día…
Hasta que una tarde el conejito mayor, salió del bosque con algunas zanahorias en su maleta, su ropita, y dijo que seguiría a ruta del sol.
Cuántas cosas encontró en su camino aquel conejito, cuántas personas y animalitos: buenos y malos, amigos y no. Otros colores diferentes y otros valles, valles nuevos que nadie había pisado nunca. El camino y el viaje fue una maravilla.
Cierta noche, el conejito mayor sintió que estaba cansado de caminar y que era momento de regresar a casa. Y emprendió el camino de regreso. En el primer pueblo creyó mirar a su hermano conejito… se acercó a él: -Eres tú, le preguntó. –Sí, contestó el otro conejito, soy yo.
Los dos conejitos se abrazaron mucho, había pasado tanto tiempo, habían recibido tantos rayos de sol que sus colores y sus voces eran diferentes, que sus cuerpos eran otros.
-¿Dónde has estado? –preguntó el conejo mayor a su hermano conejito
-Siguiéndote –Contestó el hermano.
-Pero por qué, yo nunca me di cuenta.
-Cuando dejaste el bosque, pensé que necesitarías ayuda, y decidí caminar detrás de ti, para cargar aquello que no pudieras cargar, para recoger aquello que dejabas. Mira aquí lo traigo. –Y de una bolsita salieron muchas fotos y recuerdos de cosas que el conejito mayor había observado y vivido.
-Gracias –Dijo el conejito con lágrimas en los ojos.
Se dirigieron los conejos abrazados hacia la más cercana estación de tren, iban sonriendo, iban contando tantas historias…

jueves, 3 de noviembre de 2011

Cartas para dos niñas...

Era un niño su papá… Para dormir, para antes de dormir, despertar o comer… papá era un niño que cantaba. Terminaba las frases de las canciones con su vocecita y ese tono de niño. Dos traviesos conejitos, sin permiso, de… -y entraba la voz de papi: mamá… Se escaparon de su casa y se fueron a…. –jugai, decía papá.
En el campo, muy contentos, se pusieron a jugar; sin mirar ten que todo el cielo se empezaba a nublar.
Hermanito, conejito, mira el cielo como está, vamos pronto a casita….
Esos conejitos de la canción han acompañado a muchos de nosotros en la infancia.
Ricardo y Jimena, se llamaron conejitos a sí mismos. Y hasta ahora, a Jimena, muchos de nosotros le decimos coneja.
Sí, la canción es nuestra, es antigua.
Como tu nombre, Carmen, como tu nombre, Regina.
Y hoy, hoy tuve ganas de recordarla para ustedes

lunes, 24 de octubre de 2011

Cartas para una niña... Regina Regina Regina

Salimos de los espejos
Una pausa
Llega el aire.

Vas a despertar
Y no necesitarás de un beso
Yo te observo, te observo observar, silenciosa y risueña.
Los ojos redondos, circulares y magos como canicas campeonas, silenciosa Regina.
Yo siento que un día te vas a cansar de observar y vas a despertar de tu duermevela.
Claro que será sin beso. No lo necesitas. Tomarás la calle por asalto, los corazones y la vida. El señor Pakal hará tu bienvenida….
Las pirámides develarán sus misterios.
Y regresarás a tu inicio. Regina querida, mi querida Reina.

domingo, 16 de octubre de 2011

Cartas para una niña...

Fue Borges quien me presentó los pescados que habitan el espejo.
Tendría 18 por aquel entonces. Creo que Sandro Cohen fue quien me presentó a Borges… pero yo no sé dónde conoció a Borges, mi amigo Sandro. Tal vez en uno de esos tiraderos de libros viejos que había por muchos en la calle de Donceles,  o habrá sido por otro maestro obsequioso.
Lo cierto es que esos pescados me cambiaron la vida. Y es que por ese tiempo mi paso era metálico y la palabra rígida. Creía… qué creía… que la vida era una línea, que las palabras eran ciertas. Siempre palante, un paso a la derecha y otro a la izquierda, así diciendo, así llegando. Tantas veces me dijeron derecho, y cómo se hacía, que empecé a ser como ellos, creía en lo que ellos, vestía así y hablaba sus palabras.
Ah, el espejo…
Llegaba de Acapulco, algún viaje con amigos o viajaba con la familia… no se…no recuerdo y poco distingo de esos tiempos grises.
Estaría roja mi piel porque eso hace el sol con las pieles, estaría Borges ayudando dentro de aquel libro verde junto a mi cama… estaba el naranja de los pescados y la inmensidad del espejo. Aquí, de este lado estaba yo, mirando mi piel y en aquellas agudas del espejo, pude mirar a ese otro yo que me veía. Yo miraba mi piel, el miraba mis ojos… montado en peces naranjas me pidió que lo siguiera, no pude, estaba aturdido… lo miraba sonreírme mientras se desplazaba, se despedía…. Regresé a la cama…. ¿Y si quemaba aquel libro que me había presentado los espejos, el hechizo terminaría de una vez por todas? Me quedé dormido, mi cabeza recargada en la tapa del libro… el sueño fue plácido. Podía mirarme a mí mismo: unas veces era el del otro lado, otras era el que anda por aquí mirándose la piel enrojecida.
Desperté ligero y sin el sabor a metal en la piel.
Yo era otro
Era dos
Y al otro lado del espejo, la vida está llena de magia.

martes, 27 de septiembre de 2011

Cartas para una niña...

Los espejos, los pescados.
Nadala soñaba con mares de sargazos.
Mares increíbles y peligrosos. Las hiedras del mar le tomaban por los pies y la amenazaban con dejarla ahí
Sola
Sin posibilidad de regreso.
Entonces ella tomaba su alma y fuera del cuerpo, se marchaba nadando sobre el delfín.
Ella tomaba su alma y salía de su cuerpo
Desde el cielo de su casa ella se contemplaba
A veces a besos a veces a solas, Nadala observa su cuerpo allá abajo, actuando, amado, hermosamente extraño.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Cartas para una niña...

No quería reconocerlo.
No podía reconocerlo.
Tal vez todo empezó con los pescados. De repente, por el rabillo del ojo, los miraba echarse un par de machincuepas y jugar en las agudas del espejo. Yo abría y cerraba los ojos, los tallaba con fuerza…  no es posible, me repetía… Pero ellos, más inteligentes, se percataban de mis gestos, de mi susto y más movían las aguas para que a mí no me quedara duda que ahí estaban.
Ellos habitaban el espejo.
Y yo, pues dejaba a saltos el baño, la habitación, y la casa y la calle sin volver la mirada. Hasta que alguna noche… seguro estaría cansado, incapaz de correr… y entre miedo y rabia, entre locura y cielo, les pregunté: ¿Qué quieren de mí?
Ellos me treparon en su lomo y me llevaron a conocer aguas muy profundas.
-Si el agua tuviera sabor, color... -les dije a los peces… y aquellas aguas tomaron un color y sabores que yo, alguna vez, había saboreado aunque no recordara en dónde o cuándo.
El alma venía en ondas, como olas, como aguas.
El agua venía en ondas, como éter, como alma

Desperté acostado en la cama, con pijama y todo en orden.