lunes, 19 de septiembre de 2011

Cartas para una niña...

No quería reconocerlo.
No podía reconocerlo.
Tal vez todo empezó con los pescados. De repente, por el rabillo del ojo, los miraba echarse un par de machincuepas y jugar en las agudas del espejo. Yo abría y cerraba los ojos, los tallaba con fuerza…  no es posible, me repetía… Pero ellos, más inteligentes, se percataban de mis gestos, de mi susto y más movían las aguas para que a mí no me quedara duda que ahí estaban.
Ellos habitaban el espejo.
Y yo, pues dejaba a saltos el baño, la habitación, y la casa y la calle sin volver la mirada. Hasta que alguna noche… seguro estaría cansado, incapaz de correr… y entre miedo y rabia, entre locura y cielo, les pregunté: ¿Qué quieren de mí?
Ellos me treparon en su lomo y me llevaron a conocer aguas muy profundas.
-Si el agua tuviera sabor, color... -les dije a los peces… y aquellas aguas tomaron un color y sabores que yo, alguna vez, había saboreado aunque no recordara en dónde o cuándo.
El alma venía en ondas, como olas, como aguas.
El agua venía en ondas, como éter, como alma

Desperté acostado en la cama, con pijama y todo en orden.