viernes, 1 de abril de 2011

Cartas para una niña...

No lo logré.
De verdad deseaba que los personajes de aquella novela peruana se fundieran hasta convertirse en uno, que él y ella se reconocieran en las soledades o las pulsiones de aquél otro, muchos otros. Que habitaran en los mismos infiernos y despertaran hundidos en las profundidades de ese bar que llamamos La Noche.
Y que hubieran compartido el coraje de abrir esas puertas y mirar desde el inframundo los bailes y toqueteos que arriba suceden.
Y que recordaran sus ritmos y que bebieran un poco de aquellas sangres.
No pudieron
Yo no pude tampoco
La sombra es un espacio que amedrenta, paraliza, muerde.
Por aquel tiempo, yo habitaba en el Perú, mi sombra.

Cartas para una niña...

Vienen por mí el día de mañana. 
Na más salga de dar clase y mi amiga que es madre y otro amigo, antiguo amigo querido, pasarán por mí a una de las esquinas del parque de Pilares. Tan cuidado el parque pues dicen que el delegado vive muy cerca y lo usa a las mañanas para hacer ejercicio. Dicen que tan cuidado porque hace unos años llegaron las águilas que han hecho profunda limpieza de roedores y palomas… ahora son tres las águilas. Las ves rondar presas, cazar al aire, graznar poderosas.
Bien cuidadito que está el parque con sus veredas de tezontle rojas y árboles que han venido derrotando la locura de ciudad: prisas e indiferencias.

Hace algunos años también venían por mí.
Entonces daba clase por las noches y el parque no estaba como ahora. Ni un tantito iluminado. Entonces Ernesto tenía un coche verde y desde el sur iba para recogerme. El mismo miércoles sí, y de ahí nos dirigíamos a la Condesa y cenábamos en el Sanborns de la Roma chilaquiles verdes.
Los miércoles charlábamos. Lo seguimos haciendo. No importa si estuviera Ernesto en España o yo en Perú… un suspiro, la mirada que se vacía en el pacífico o el mediterráneo y ya estamos charlando… hubo miércoles que ni nos acordamos. Las charlas anteriores, los días que utilizamos en “armar” nuestra partida, la nueva vida, los nuevos y viejos encuentros, habían logrado afianzar una suerte de devenir del que estábamos convencidos.
Montamos en aviones casi a la vez, yo me iba al sur, él al norte y su mediterráneo.
Ha pasado un par de años de nuestro regreso, han pasado más de cinco años de esos encuentros en Sanborns, luego del parque.
Mañana será diferente, ya no somos dos y mi amiga nos estará acompañando, no será de noche tampoco, las clases las dicto por la mañana. Y el parque, como te conté, es diferente…
Pero… ¿somos nosotros diferentes?…
Cuántos sueños, visiones, luces que en el cielo…. me separan de ese yo que no conociste.
Es que tú llegaste luego de los infiernos y las pesadillas, de las realidades que me afano en sostener. De mis creencias.
Tú vienes llegando a la hora de las despedidas, de mí despedida… para eso esta carta.
Como todos los miércoles iré mañana a dictar clase por la mañana, esperaré a mi amiga y tendré un leve recuerdo del coche verde y de la noche frente al parque esperando que Ernesto llegue. Seguramente esbozaré una sonrisa… mirándome esperar… Comeré con mis amigos y haremos los planes de la semana y hablaremos de comida y de muebles, de espacios y de emociones, de Adamus y los otros shaumbras.
Diré cosas como cansado y preparado.
Voy a recordar esta carta y haré una sonrisa contigo.

lunes, 28 de marzo de 2011

Cartas para una niña...

La despedida…
De Manera María, que todo está bien
Y con esta muerte daré de comer a los olivos.

Es que me estaba muriendo en aquellos días.
Era un proceso muy extraño. Mi carne estaba sana, contenta, y yo sentía que me estaba yendo, que no era más el mismo, que dejaría de ser hermano e hijo, tío o papá.
En esa novela: Apuntes para una carta a María, mi novela peruana, los personajes se van fundiendo unos con otros... Intenté llegar al uno, pero no pude, sin embargo muchos de ellos se fundieron, y así, Federico y Agustín, terminaron siendo Federico Agustín, y María cambió su nombre con el de María Clara y así diciendo...